En las pasadas semanas he estado batallando el rigor mortis de mi memoria con el temor de no poder transmitir lo que viví en La Habana Cuba con la sensibilidad que se merece, pero sin esquivar mis enrevesados sentimientos al respecto. Buscar la narrativa y la forma escrita adecuada para presentarles 15 días de estímulo cultural, académico y personal en un solo ensayo, más que un ejercicio escrito, representa un reto que espero cumplir al final de éstas líneas. Creí que encontraría esperanza en mis notas de campo, que aunque resultaron un buen pie forzado, también representan un reto en sí mismo por mi pésima manuscrita y porque, concluyo en retrospectiva que, la mayoría de lo escrito son notas que no parecen sostener unidad temática alguna. Así que, sin pie ni cabeza escribo estas líneas, como un punto dentro de una obra de Seurat –sin su importancia histórica– desde el propio realismo mágico en mi recuerdo y con el más profundo sentimiento de expulsión o exorcismo mental que me obliga el espíritu.
Mi esperanza es, lograr transmitir el complicado sincretismo[1] –palabra clave de todo el viaje– existencial que ha provocado ésta experiencia, narrando un evento particular: la noche que visitamos el hospital General Calixto García en La Habana Cuba. Utilizaré distintas palabras en el texto como puente para ampliar en notas a pie de página, mis sentimientos, ambivalencias y otras experiencias experimentadas en La Ciudad. Espero que cada nota sea independiente, pero a la vez complemente lo escrito. Utilizo la técnica por dos razones principales: porque siento que mi experiencia en la Isla hermana tiene muchas escisiones y porque quiero aprovecharlo como ejercicio de escritura, inspirado en la técnica que utilizó Junot Díaz en su obra La Breve y Maravillosa Vida de Oscar Wao (2008). Reconozco que jamás lograré lo que el autor alcanzó tan magistralmente, así que les adelanto que es un intento novato que no le hace justicia a la obra de Díaz. (Al final de la nota está la galería de fotos)
12 de junio de 2015
La Habana, Cuba[2]
Entramos al Hospital y la estructura organizativa me resultaba confusa y ajena. Con lo primero que nos topamos fue con una enfermera o secretaria sentada en su espalda con cara de poco ánimo en un escritorio que se entrecruzaba en los pasillos principales. Luego de mirar a todas partes para tratar de orientarnos, le pregunté, ¿dónde se consulta el médico? Señaló a unas puertas y dijo, “ahí”. El tráfico en el lugar era un poco caótico y las personas, todas, parecían estar en constante movimiento. Nos dirigimos a la oficina número dos para consultar al Médico. Miramos a todas partes buscando la fila y sin poder identificarla entramos, Paula, Gabriel[3], Coral, la Profesora Ana Fabian y yo. En un escritorio nos recibe un joven médico con estetoscopio en cuello y bata blanca. Acto seguido la Profesora nos identificó con el Médico como estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. Pieza de información que creemos matizó toda la dinámica con el Médico; asunto que nunca sabremos con certeza pero agradecemos que lo haya hecho.
La consulta no fue muy distinta a cualquier otra consulta médica en mi País; preguntas sobre síntomas, duración y exposición. El Médico le hizo tres notas en pedacitos de papel reciclado donde solicitaba dos rayos x; una a los pulmones y otro de las fosas nasales y una prueba de laboratorio para determinar el conteo de los glóbulos blancos. Laboratorios típicos. Eso sí, antes de comenzar su consulta, lo único que le pidió el Médico a Coral fue su nombre y dirección y ya. Algo que sí resulta muy diferente a cualquier experiencia médica en mi País. Ni siquiera una identificación y mucho menos un centavo[4].
Con las notas médicas en mano pasamos primero al cuarto de laboratorios para tomar la muestra de sangre. Coral andaba con temor[5] porque pensaba que la muestra se tomaría con jeringuilla en un tubo de ensayo, como es usual en Puerto Rico para hacer un CBC. Nos recibe una Técnico que, en medias y chancletas hawaianas puestas, nos instruyó a esperar afuera mientras ella procesaba una muestra que acababa de tomar. No fue hasta que otra paciente entró, que nos percatamos que hay que ser más asertivo y proactivo porque sino se colarían. No por intención, pero más por el alto tráfico en el Hospital y la dinámica del lugar. Entramos al pequeño cuarto y Coral le ofreció el antebrazo a la Técnico, ella la miró dudosamente y le pidió el dedo. Para alivio y sorpresa de todos, la muestra sólo eran varias gotas de sangre que recolectó en una plaquita de laboratorio. La Técnico del laboratorio nos indicó reacia que la muestra la recogerá el Médico y que estaría lista entre 45 mins. a una hora.
Ahora nos dirigimos a esperar afuera en el área de radiografía. Admito que, por una parte estaba muy satisfecho de estar allí y saciar mi espíritu de aventura, pero por otra, un poco inquieto por la ignorancia que teníamos sobre la dinámica del lugar[6]. Cuando uno se aleja de su cotidianidad todo puede resultar muy extraño aunque que realmente no sea muy diferente. Todo el personal miró en algún momento con cara de, ustedes-no-son-de-aquí, mientras que los pacientes, con caras de agobio, esperaban en sala o en línea a ser atendidos. Llegamos al equidistante pasillo donde se esperaba el turno por radiografía y allí nos apiñamos para decifrar quién era el último en turno entre la masa amorfa de personas. Mi ansiedad se disparó nuevamente[7].
Allí le tuve que someter un poco al cubaneo[8] para distinguir el turno que nos tocaba entre las diez o doce personas que allí esperaban con caras de angustia y confusión, sumado el tráfico que había en el lugar. Comprensible al fin, porque estar en un Hospital no es empresa fácil para nadie, en ningún lugar del mundo parece ser, ya sea subvencionado por el estado o no. Así que, pregunté en voz firme, ¿quién es el último? Todos miraron y nadie respondió. Vuelvo a preguntar, ¿quién es el último para radiografía? Una cacofonía de respuestas y explicaciones incoherentes surgieron, a lo que respondí en todo afirmativo, “el último soy yo entonces”. Así que, cuando llegó la próxima persona preguntando por radiografía, le dije claramente: “el último soy yo”. Miré a mi alrededor y resuelto, ya todos lo habían asumido también. Ahora a esperar en el pasillo a que nos llamaran.
Mientras observaba las dinámicas que ocurrían a mi alrededor, la señora que estaba frente a nosotros sostuvo una discusión acalorada e interesante con la joven Técnico de Radiografía sobre un aparente error en la orden que le entregaba. Ante la confusión, la paciente le consultó la orden a un médico que pasaba, que al parecer conocía el caso y que al revisar la orden, sonrió y le añadió su ponche médico y la situación quedó resuelta. La Señora entró a la sala de radiografía sin problemas. Al parecer, esa es la herramienta que valida las órdenes en los pequeños papeles reciclados en el Hospital: UN PONCHE! Brillante. Los procesos burocráticos a veces no nos dejan imaginar que las cosas pueden ser mucho más simples de lo que son. Como si la burocracia no coartara la valentía de imaginar otra realidad.
En la espera, llegó la señora que por poco se nos cuela en el laboratorio, al verme preguntó, ¿quién es el último? Le respondí. Luego de un eterno minuto, le pregunté, ¿por qué estaba allí? Me comenzó a contar que su sobrino (que se veía aturdido y rojo como un tomate) había tenido un accidente en la moto y que después de unos días había confesado que tenía dolores de cabeza y se sentía mal. Cuando lo llevaron al Hospital, le descubrieron un coágulo de sangre en el cráneo y que a pesar de la urgencia, llevaba allí más de 5 horas en espera, entre un análisis y otro. Aunque la prognosis había sido alentadora, también le habían señalado escenarios de alta preocupación. Por un momento pensé que sería sensato cederle el turno, pero esa era la manera que manejaban las cosas allí. Además, quería salir pronto del lugar. Espero que el chico se haya puesto bien.
De todos modos, ahí nos encontrábamos y justo era nuestro turno para que Coral se tomara las radiografías. La Técnico nos invitó a pasar y le murmullo instrucciones a Coral. Ella no entendió nada y me miró con ojos de auxilio. A lo que le respondí, un poco por instinto[9] y un poco por experiencia en los hospitales, “que te quites el brassier”. Miré a la Técnico, que como de costumbre también nos miraba con cara de ustedes-no-son-de-aquí y le respondí, “fue que no te entendimos bien, es que no somos de aquí” y nos sonrió. Mientras acomodaban a Coral, noté que al techo le faltaba un plafón y que un cubo en el suelo recogía una gotera que caía, pero a pesar de eso también noté que la máquina de rayos-x se veía muy familiar -por no decir idéntica- a cualquier otra en mi País. Mientras le tomaron la primera foto, me escondí en la pequeña covacha con la Técnico. Le toma la segunda y pasa a revelarlo en el cuarto obscuro al lado. Mientras pasaba el tiempo de revelado, fuimos a esperar al pasillo principal.
Quedamos fascinados por todo el movimiento que había en el Hospital. Allí llegaron varios casos impactantes, gente maltrecha en camilla con heridas visibles y algunos ancianos con miradas perdidas. Nos entregan las placas aun mojadas y vamos directo a escabullirnos al consultorio del Doctor para discutir los resultados y el plan de acción. El Doctor examinó las radiografías con detenimiento, la nota a mano con el conteo de glóbulos blancos y comenzó a decirnos qué era lo que veía. Todos escuchamos el diagnóstico con asombro como si fuese la primera vez que consultábamos un Médico. Escribió la receta en una de las mismas notas recicladas y nos despachó a la farmacia a buscar los medicamentos. De ahí en adelante Daniel acompaño a Coral a comprar los medicamentos en la cercana farmacia, mientras yo buscaba refugio y relajación en la cama del Hotel.
Tengo que reconocer que aun tratando de escribirlo todo, hay eventos y personas que fueron parte de la experiencia y no las pude incluir en esta nota. Pero sobre todas las cosas, no puedo omitir escribir la calurosa acogida del pueblo cubano. Inmediatamente que decíamos que éramos boricuas se señalaban las venas del brazo y decían “la misma sangre”, “somos hermanos”, “de un pájaro las dos alas” o nos comenzaban a hablar de reggaetón, la salsa y pelota. La fraternidad se sentía natural, casi orgánica, como si los puertorriqueños y los cubanos fuéramos hermanos distanciados por políticas ajenas a nuestra voluntad. Además, el esfuerzo que los profesores se tomaron para guiar nuestra estadía y desarrollar las conferencias fue admirable. Nuevamente me hermanaba con las palabras de March (2008)“Estábamos admiradas, porque calculábamos el tiempo que tuvieron que dedicar para hacernos sentir más cercanas a ellos. Era una atmósfera verdaderamente emocionante, con un calor humano que nos hablaba de lo que ocurría en ese inmenso país, totalmente diferente a lo que se leía en los libros y en la prensa internacional” (p.97).
Referencia:
March, Aleida
2008 Evocacion: Mi Vida al Lado del Che. 1st. edition. Pozuelo de Alarcón, Madrid: Espasa Calpe Mexicana, S.A.
[1] sincretismo.
(Del gr. συγκρητισμός, coalición de dos adversarios contra un tercero).
[2] Mientras nos despojábamos las almas, mi queridísima Compañera de cuarto me enseñó la elegancia que puede llevar una carta cuando escribes en su encabezado el lugar desde donde la escribes. Más afortunado no pude ser, que por suerte al destino me tocó compartir cuarto con Coral, una chica que parecía callada pero detrás de su silencio guardaba historias muy únicas e inspiradoras. Necesitaba escuchar muchas de las cosas que nos dijimos en esos días, en la intimidad que comparten dos extraños en un cuarto de hotel. Me tocó muy especialmente un texto que compartió de uno de sus profesores sobre cómo cerrar capítulos y dejar las cosas ir, más que natural eran procesos necesarios y saludables. Hay veces que uno necesita escuchar esas palabras en esos espacios para poder seguir adelante, por clichosa que puedan escucharse. De hecho, gracias a ella nace esta nota, porque fue la que se enfermó y tuvimos que llevar al Hospital. Muchos de los buenos recuerdos en Cuba la acompañan, era mi compañera en la complicidad.
[3] Dos experiencias significativas que compartí con Gabriel en La Habana no se pueden quedar fuera. La primera, una fenomenal noche de juerga con flamenco y una caminata de confesiones a nombre de las bucaneros que nos corrían por las venas, marca una de las mejores noches que pasé en la Isla. La segunda, cuando fuimos al cine Yara a ver la película Venecia después de la efusiva recomendación hecha por la Profesora. Gabriel es un sensible y acertado cinéfilo que logra apreciar cada detalle artístico de las películas. Fue un inmenso gusto conversar con él y sería un gusto leer un blog o columnas de su autoría que atiendan la crítica de cine local. Se necesita sensibilidad y pericia para tener el ojo clínico que Gabriel posee.
[4] En Puerto Rico o EE.UU., si no tienes un plan médico, mejor que no vayas al hospital a menos que te estés muriendo. En primer lugar el proceso de admisión es tedioso y el costo por la visita es sumamente alto, casi inalcanzable. Además, existe trato preferencial si conoces a alguien dentro del lugar, es decir si tienes pala. Sin mencionar que al ver un médico es como ordenar en un fast-food, lo ves una vez y sigue corriendo con archivos por todo el piso. Los pobres parecen gallinas sin pescuezo a veces. Estoy seguro que no es su culpa y que como en cualquier otra empresa con fines de lucro también los explotan. En fin, me resulta muy impresionante -aun cuando no debería- que el acceso a los servicios de salud sea tan simple. Como debería ser en cualquier lugar donde pagues contribuciones.
[5] Naturalmente. También me había enfermado del estómago unos días atrás por tomar agua en abundancia y me había puesto súper chango. Comenzaba a extrañar todo en mi País, mi pareja, hablar con mi familia y mi rutina diaria. Tanto así que, las palabras que el Ché le escribió a su esposa en el 1965 cobraron completo sentido gracias a eso: “Decididamente, me estoy poniendo viejo. Cada vez estoy más enamorado de ti y me tira más la casa, los muchachos, todo el pequeño mundo que más bien adivino que vivo… te haces necesaria y yo solo soy una costumbre…” (March 2008, p.73). Así que entendía perfectamente por lo que Coral estaba pasando, sentía que mi apoyo era necesario y agradecido.
[6] Estoy muy acostumbrado a la dinámica de los hospitales de mi País. En primer lugar porque me he enfermado demasiadas veces y segundo porque mi Madre era enfermera al igual que mi Abuela y mi Prima. Navegar un hospital es muy sencillo cuando ando con ellas. Lo único que escuchaba en mi conciencia era a mi Madre gritar, “no vayas a un hospital a menos que no sea absolutamente necesario”, “no toques nada”, “asegúrate siempre andar en mahón y zapatos cerrados” y yo en cortos y camisa de manguillos. Mi ansiedad se disparó cuando vi un mosquito sobrevolando y recordé las tres veces que he sido ingresado por dengue; creo que vivo con estrés post-traumático o será que soy hipocondriaco. Para calmar mi conciencia me repetía constantemente, “el sistema de salud cubano es reconocido como los mejores en el mundo, César relájate y bájale dos”.
[7] Al parecer soy muy ansioso. Otra cosa que noté mientras estaba en Cuba fue que la noción de espacio personal es muy distinta a la que estoy acostumbrado. Las personas parece que sienten entera confianza en estar piel a piel con un completo extraño. Cuando le compartí este sentimiento a un compañero me comentó naturalmente que era lógico, teniendo en cuenta las dinámicas de vivienda y transportación en el País. Realmente no sé si esa sea la razón, quizás es un asunto de ciudad y no tanto de País completo. Después de todo sólo visitamos La Habana y Cuba es muy grande y diverso.
[8] Les quiero compartir un pequeño diccionario de palabras que aprendí del argot cotidiano en Cuba. La primera, cubaneo, nos la enseño nuestro profesor huésped, Humberto (a.k.a. Humbertico). Esta palabra hacia refencia a un modo o dinámica de discusión típica entre los cubanos. Es una forma de argumentar que podría parecer un poco acalorada, pero que no tiene como intención la violencia. La segunda, estoy pasma’o”, la aprendí gracias a uno de mi compañero cinéfilo, Gabriel. Nos explicó que cuando le dices eso a alguien le estas dejando saber que estás pela’o o no tienes dinero. Esta frase nos fue útil cuando nos pedía dinero en la calle o los vendedores no nos quitaban el guante de la cara. La tercera, que bola asere, es un saludo muy común entre amigos. Admito que, aunque traté, nunca la pude usar correctamente.
[9] Al final del viaje andaba caminando por calle L (la calle del Hotel) y de pronto unos hombres en un carro se detienen, me llaman y me preguntan, ¿dónde queda la calle Infanta? Me tomó fracciones de segundo decirle, “baja dos cuadras hasta 23 y luego dos cuadras más a la derecha”. Por un momento cerré los ojos y me cuestioné cómo había desarrollado ese instinto direccional. La pregunta adecuada no era cómo, sino quién. Una de las personas más gratas que pude conocer fue a Yari, una compatriota radicada en la Isla hermana que había estudiado en la Universidad de la Habana y también se había prometido a un cubano. Ella nos ayudó a navegar la Ciudad y nos ofreció un apoyo como nunca hubiese imaginado. Gracias a ella también aprendí a montarme en los almendrones, que son los taxis que llevan y traen a la gente por un bajo precio. Los carros son una flota inmensa de carros americanos de los años 50’s que invade la ciudad y se vuelve una de las características anacrónicas más memorables e impresionantes del lugar. Yari fue nuestro vínculo en el lugar, nos protegía todo el tiempo y aun siento que tengo muchas conversaciones y aventuras pendientes con ella y su prometido. Ansío y espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar.